Bocetos (Atículos publicados en El Diario) | Casto Rojas
El dato más antiguo que conocemos acerca de las invenciones habidas en nuestro país, remonta a la época del general Belzu.
Se lee en los papeles públicos de entonces, que con motivo de haberse puesto en vigencia una ley del año 1834 que asignaba premios a los que inventaran alguna cosa aplicable a las artes, a las ciencias y a toda clase de humanos menesteres, se presentaron al gobierno dos notables genios de la inventiva criolla, personificados en un cura de almas y un músico de coro catedralicio, ambos naturales de Cochabamba. El primero había inventado "un relox de ancla para iglesia", y el otro "un forte-piano" para lo mismo. Los dos "ilustres cochabambinos" fueron premiados el año 1851 por el magnánimo gobierno del general Belzu que en forma rumbosa probó lo mucho que le interesaba el progreso de las artes aplicadas al mayor esplendor de la casa de Dios.
Desde esa fecha honrosa hasta nuestros días, la inventiva nacional no ha cesado de manifestarse, de tiempo en tiempo, sobre diversos temas y variadas formas, si bien sin haber merecido ya el tratamiento protector del año 51. Nuestros gobernantes, excepción del general Achá, que decretó premios en favor de los que presentarán los mejores artefactos en las "alacitas" paceñas, miraron siempre con marcado escepticismo a los ingenios locales, inspirando tal vez su altivo desdén en la conducta que observó Alejandro Magno con el hombre-prodigio que había descubierto el modo de no errar tiro de bodoque, haciendo pasar, de conveniente distancia, unos granos de arvejas por la estrecho [sic] abertura de un anillo. Alejandro Magno, que también lo era "en puño", según la popular significación de este vocablo, testimonió su entusiasmo al hombre-prodigio mandándole entregar un saco de arvejas...
Entre los muchos inventos nacionales, sólo recordaremos el caso del Dr. José Pol, aquel cerebro de rara contextura, que concibió la idea de realizar el movimientos [sic] perpetuo y dar dirección a los globos, mucho antes que el conde Zeppelín pensara en sus dirigibles rígidos, y que los Ferman, Viosin y Wrights hicieran verdad de las fantasías del "más pesado que el aire". Pol, como un nuevo Colón, en vano buscó el apoyo de monarcas y príncipes, de parlamentos y sociedades científicas. Expuso sus teorías ante una comisión del Congreso, que al fin decidió ayudarle para un viaje también ideal a Estados Unidos. Desgraciadamente ya era tarde. El hombre genial que había concebido tan audaces problemas, murió poco después, llevando a la tumba el secreto de sus investigaciones científicas. No alcanzó siquiera el saco de arvejas que la magnanimidad de Alejandro había regalado al hombre del bodoque.
En nuestros días tenemos un caso muy interesante. El comandante Ibáñez es un inventor incomprendido y desamparado, con la circunstancia de que, mientras que aquí no damos ninguna importancia a sus ideas, las mismas alcanzan éxito maravilloso en los grandes centros. Ibáñez ha cansado al gobierno y a todo el mundo con su rifle de repetición, su admirable fusil-ametralladora, y con el ingenioso regulador automático del tiro.
El principio del inventor boliviano ha sido adoptado y realizado en la guerra actual, principalmente en lo relativo al fusil de repetición. Un coronel americano, Mr. J. M. Lewis, de los Estados Unidos, ha hecho la aplicación práctica del invento de Ibáñez, construyendo el fusil-ametralladora "Lewis" que ha comenzado a emplearse con gran éxito por las tropas de los aliados en los combates terrestres, y principalmente en los aéreos. Cada fusil dispara 73 cartuchos en diez segundos, o sean [sic] 440 disparos por minuto.
Y al inventor boliviano nadie le ha hecho caso ni siquiera para darle un saco de arvejas o la rumbosa recompensa que alcanzó el inventor del "forte-piano" del año 51.
1917