Maneras de mirar en ¿Y quién eres tú para juzgarme?
Hay un lugar donde los cuentos de Julio Durán se vuelven
realidad. Esa cortina gris que se posesiona de la vida de los objetos,
esa música amarga que brota de los paisajes, la esmerada fe en una
dulzura parca, difícil, que media la sonrisa de los niños, o el aliento
amarillo repartido entre los hombres y las mujeres que ocupan las
páginas de sus cuentos. Todo materializado. Tocable. Real en el
lenguaje.
La destreza de artefactos narrativos que Durán nos propone en este libro se asienta, en parte, en la construcción de tramas que se sostienen en un lenguaje que linda entre lo descriptivo y lo poético.
No se define su lugar. Por eso, a ratos desde la oralidad, a ratos desde el pensamiento, los personajes se enfrentan a formas disímiles de generar la experiencia vivencial: no es solo la apuesta por un juego que parece, de antemano, fácil de ganar. Es la ambición que hace que un niño sueñe una victoria fugaz al descubrir una piedra bajo un vaso plástico, como un paso de valentía capaz de otorgar una serie de cualidades que superan la posesión y que aparecen más cercanas a la ilusión del poder.
Todos somos dos dentro de uno: aquel que dice estar caminando en el sendero correcto, y aquel que no se detiene en fastidiar esa dirección. Julio Durán, quien parece tener un oído afinado a la turbulencia de la noche y la niebla limeñas, muestra esa condición como elemento de viaje.
La idea, en estos textos, es eje sobre el que gira el pensamiento. Y es una idea siempre atada a una serie de incidencias sociales que coinciden, como si de un corte temporal se tratara, en el habla y corporeidad de los personajes. “La forma del mal”, uno de los cuentos más comentados de este libro, permite evidenciar este andamiaje a partir del juego narrativo que propone la estructura del texto. Desde un nivel sociológico, los personajes de Durán siempre están siendo el termómetro de su tiempo: en el habla de estos hombres y mujeres, en su dirección de razonamiento, está retratada la corriente lógica que encarnan los ciudadanos en una Lima bien adentrada en los 2000. Lo ideológico, lo ilusorio, lo político y lo patético son condiciones que engrosan en discurso de las acciones en ¿Y quién eres tú para juzgarme?: un modo de entender que las agitaciones de una sociedad siempre terminan siendo los lugares de silencio en los que acunan las flores y los odios.
Lo singular, sin embargo, proviene del sentimiento. En tanto humanos, los hombres, estamos llamados a la variación en función de las elecciones. He aquí un espacio que el creador de estos textos se permite como un lugar de maniobra: retrata personajes que son capaces de asimilar la vida, los impulsos externos, y darles un sentido interior ligado a sus cualidades, a partir de un entendimiento singular de la existencia. Lo poético es también aquello capaz de no ser definido, y en ese campo Durán logra elevar más de una opción para que las formas, los sucesos, las personas, escapen, al menos momentáneamente, a la mano de la cultura.
“Llega ese momento/ cuando lo que eres es lo que serás/ hasta el final, no importa”, dice Charles Wright en uno de sus poemas. Los cuentos, los que Durán muestra en este libro, confirman que hay una dirección definida para el sentido vital de la experiencia. Esa unidad, sin embargo, dicen los mismos cuentos, está siempre en crisis, capaz de ser redefinida en la marcha por el sentimiento de quienes actúan en estas atmósferas.
La mirada es una marca que se carga desde la infancia. Julio Durán confirma que la suya está abierta al diálogo con una urbe cambiante, y con los silencios que en medio de esos cambios parecen encender el motor del mundo.
La destreza de artefactos narrativos que Durán nos propone en este libro se asienta, en parte, en la construcción de tramas que se sostienen en un lenguaje que linda entre lo descriptivo y lo poético.
No se define su lugar. Por eso, a ratos desde la oralidad, a ratos desde el pensamiento, los personajes se enfrentan a formas disímiles de generar la experiencia vivencial: no es solo la apuesta por un juego que parece, de antemano, fácil de ganar. Es la ambición que hace que un niño sueñe una victoria fugaz al descubrir una piedra bajo un vaso plástico, como un paso de valentía capaz de otorgar una serie de cualidades que superan la posesión y que aparecen más cercanas a la ilusión del poder.
Todos somos dos dentro de uno: aquel que dice estar caminando en el sendero correcto, y aquel que no se detiene en fastidiar esa dirección. Julio Durán, quien parece tener un oído afinado a la turbulencia de la noche y la niebla limeñas, muestra esa condición como elemento de viaje.
La idea, en estos textos, es eje sobre el que gira el pensamiento. Y es una idea siempre atada a una serie de incidencias sociales que coinciden, como si de un corte temporal se tratara, en el habla y corporeidad de los personajes. “La forma del mal”, uno de los cuentos más comentados de este libro, permite evidenciar este andamiaje a partir del juego narrativo que propone la estructura del texto. Desde un nivel sociológico, los personajes de Durán siempre están siendo el termómetro de su tiempo: en el habla de estos hombres y mujeres, en su dirección de razonamiento, está retratada la corriente lógica que encarnan los ciudadanos en una Lima bien adentrada en los 2000. Lo ideológico, lo ilusorio, lo político y lo patético son condiciones que engrosan en discurso de las acciones en ¿Y quién eres tú para juzgarme?: un modo de entender que las agitaciones de una sociedad siempre terminan siendo los lugares de silencio en los que acunan las flores y los odios.
Lo singular, sin embargo, proviene del sentimiento. En tanto humanos, los hombres, estamos llamados a la variación en función de las elecciones. He aquí un espacio que el creador de estos textos se permite como un lugar de maniobra: retrata personajes que son capaces de asimilar la vida, los impulsos externos, y darles un sentido interior ligado a sus cualidades, a partir de un entendimiento singular de la existencia. Lo poético es también aquello capaz de no ser definido, y en ese campo Durán logra elevar más de una opción para que las formas, los sucesos, las personas, escapen, al menos momentáneamente, a la mano de la cultura.
“Llega ese momento/ cuando lo que eres es lo que serás/ hasta el final, no importa”, dice Charles Wright en uno de sus poemas. Los cuentos, los que Durán muestra en este libro, confirman que hay una dirección definida para el sentido vital de la experiencia. Esa unidad, sin embargo, dicen los mismos cuentos, está siempre en crisis, capaz de ser redefinida en la marcha por el sentimiento de quienes actúan en estas atmósferas.
La mirada es una marca que se carga desde la infancia. Julio Durán confirma que la suya está abierta al diálogo con una urbe cambiante, y con los silencios que en medio de esos cambios parecen encender el motor del mundo.