La distorsión de lo real cabe en una caja de zapatos

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“Una mujer en tragedia puede bailar con más alegría que un hombre feliz, porque si eso no sucede, no hay fiesta”, señala la narradora del cuento “Yo, tu, ella”, que forma parte del libro Caja de zapatos, con el que debuta Isabel Suárez Maldonado, estrenando así la editorial Sobras Selectas, dirigida por el librero y ahora editor Alexis Argüello Sandoval.

¿Cómo baila una mujer en tragedia? ¿Cómo lo hace el más feliz de los hombres? ¿Qué pulsiones internas recorren el cuerpo de una mujer en tragedia que se sobrepone al mejor de los hombres felices que danza? ¿Qué baile estamos dispuestos todos esta noche a protagonizar para celebrar el parto de una nueva editorial lanzada a un mercado que en apariencia languidece? Esperemos encontrar las respuestas entre contorsiones celebratorias de cualquier tipo.

Hasta entonces, acerquémonos a esta Caja de zapatos donde coinciden cuentos narrados con una prosa directa, sin excesos, sin pretensiones ni cursilerías. Tejidos con pulso firme, la autora nos permite visitar variantes de su imaginario: esta diversidad puede entenderse como la búsqueda de una poética; encontramos así relatos de corte realista como “La conspiración” en donde se da cuenta de la inescrupulosa avaricia por apoderarse de una herencia, o “Historias de trenes” que consigue retratar con color las categorías de vagones de trenes en la ruta a San José de Chiquitos. En una escurridiza categoría se ubica el relato “Las cosas que uno hace”, que plantea en parábola surreal el supuesto de una pareja que se despoja de su sexualidad para salir fuera del hogar. “El último apagón” que cierra el libro es una narración situada en el albor del colapso de nuestra era virtual, ¿umbral pos apocalíptico? Se suman al libro otros breves textos que apenas son un parpadeo de la realidad. Donde Isabel consigue robustez, tensión, misterio, es en los cuentos más desarrollados expuestos a través de un lente que evidencia los caprichos del deseo humano valiéndose de la distorsión de esta realidad supuesta.

Ejemplo de lo señalado es el cuento “Cebolla problema” que tiene de protagonista a una singular cebolla, forjada esta en obediencia desafía su destino fatal en busca de una aventura, ¿cuál? No importa. Sí, la zozobra acecha, también el mundo a descubrir, el mismo desconocido mundo que ocurre en “Travesía”, relato de una muchacha que se extravía en el transporte público de Santa Cruz hasta llegar a la periferia donde la ciudad se convierte en jungla, las calles en lodazales, las personas adquieren formas antropomorfas y los vehículos mutan en animales.

Dichas transformaciones alcanzan la curva más pronunciada de su arco de misterio y cualidad lúdica en el relato: “El hilo invisible”; relato en el que se narra la hazaña de un candelabro que va en busca de un encuentro sensual con un martillo:

“El martillo se acercó al candelabro y, con un movimiento de la parte posterior de su cabeza, lanzó la pantalla de vitral al piso. Clara [el candelabro] pedía que no, con voz baja, y forzaba para no quedar con la vela al viento.

Antoine [el martillo], musitó Clara. En serio, necesito que me escuches.

El martillo tenía oídos de palo. La vela era lo único que le interesaba. Inició su ritual: arañaba con ternura el cebo, untaba sus metales con cera fría. Clara solo temblaba, ya ni siquiera decía que no. Dolían un poco los araños en la vela, pero era Antoine, era normal”.

El escritor francés Guy de Maupassant escribió su mítico relato “¿Quién sabe?” en el que suceden extraños hechos relacionados con los muebles de su casa, estos se mueven de lugar por cuenta propia, provocando así una atmósfera de misterio y terror que el lector percibe de refilón. Más de un siglo después, Isabel toma este hilo invisible y escribe no de manera oblicua los hechos si no que la acción de sus muebles está en primer plano. En el caso de Maupassant algunos ven en los relatos de este corte un síntoma de su locura. En cuanto al por qué Isabel trabaja con esta materia narrable se hará tal vez evidente con el pasar de los años o ella misma podrá aclararlos. En todo caso, lo relevante es que la apuesta del francés y la boliviana beben de una misma fuente: ¿qué ocurre cuando dejamos de observar nuestros objetos? ¿Qué acecha? Este punto de encuentro entre narradores a través del tiempo demuestra —antes de todo— la avidez y vigencia que tenemos como humanos de asomar para entrever aquello que puede ocurrir, husmear en ese otro plano: el de la realidad que despierta cuando cerramos los ojos.

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