El cuento debe tener un ritmo, un latido
Julio Durán (Iquitos,
1977), escritor y traductor peruano, sabe que un cuento empieza a
gestarse en lo invisible: antes de la escritura, incluso. Su origen
atiende, de acuerdo a su perspectiva, a un momento más ligado al habla
cotidiana, a la intensidad del rock, a la duda. Sobre ese territorio ha
trazado su búsqueda literaria, una ruta que incluye, hasta ahora, la
novela Incendiar la ciudad (2002) y el libro de cuentos Las formas del
mal (2010).
De la mano de la editorial boliviana Sobras Selectas, dirigida por el
editor alteño Alexis Argüello Sandoval, se pone a circular en esta
semana su nuevo libro de cuentos titulado ¿Y quién eres tú para
juzgarme? Algunas reflexiones en torno a sus intereses y sus formas de
habitar el territorio del cuento, las comparte con este diario.
¿Cuál es el papel de la oralidad en la estructura de sus cuentos?
Muchos de estos cuentos han surgido a raíz de conversaciones que escuché
en la calle, en un bus, en un bar, entre amigos. En las conversaciones
se revelan los sentidos comunes que forman las convicciones de las
personas. En el caso de los relatos, los personajes defienden su lugar
en el mundo a través de los diálogos. Una historia puede surgir a partir
de una sola frase.
Narraciones pobladas de personajes que están fracturados por la
contradicción: ¿atiende al elemento ético, por ejemplo, para poder
hablar desde esta fractura?
Al menos no lo he hecho conscientemente. Por lo general, me centro más
en el conflicto, intento mostrar los argumentos de cada posición. Creo
que la transparencia que busco alcanzar en los relatos, con la que
intento que cada personaje suene verosímil, puede llevar una carga
ética, pero no podría terminar de escribir ningún relato si pensara en
agregarlo a conciencia.
En este tiempo en el que parece que lo mediático es sinónimo de “breve”,
¿qué tiene el cuento que puede singularizar esa visión?
Creo que un cuento puede permanecer más tiempo en la mente del lector
porque la manera de consumirlo es distinta, requiere voluntad y muchos
cuentos, sobre todo los experimentales, requieren un gusto adquirido, un
deseo de enfrentarse un poco al texto por parte del lector. En cambio,
otras plataformas mediáticas son instantáneas, prácticamente acontecen,
no es el lector/espectador quien las genera. También relaciono un poco
esa “brevedad” de los medios actuales con el deseo de algunos
consumidores de recibir una explicación. En muchos casos, un cuento
puede generar solo una sensación, un desconcierto, no tiene que explicar
nada.
¿Con qué autores peruanos se siente más cercano?
Recuerdo mucho los relatos de Vallejo, la música y la atmósfera de
cuentos como ‘Más allá de la vida y la muerte’ o ‘Fabla Salvaje’, la
extrañeza que me produjeron la primera vez que los leí. Me gustaría
decir que me siento cercano a Vallejo en mi escritura, pero no podría.
Digo solamente que sus relatos estuvieron en mi despertar. Ya en la
adolescencia aparecieron los relatos de Mario Vargas Llosa y Julio Ramón
Ribeyro, que pusieron a la ciudad y todas sus contradicciones como
escenario. De los escritores contemporáneos, diría que tengo afinidad
con Martín Roldán porque hemos coincidido en espacios y actividades, y
nos nutrimos mucho del Rock Subterráneo.
¿Qué relación identifica entre la música y el cuento?
El cuento tiene que tener ritmo, un latido. Además, la sonoridad de las
palabras marca la textura de un relato. Aunque es tentador pensar que un
relato puede ser como una canción, con una intro, un cuerpo y un
momento de intensidad crucial, como un nudo, creo que la verdadera
relación no es tanto la estructura, sino algo más primario, la voz o el
tono que imprime el escritor