La fe como acto de supervivencia

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No conozco físicamente Bolivia y lo poco que sé es por las noticias mediatizadas o por tuiteros y tuiteras que sigo y que me dan algunas pinceladas de un mundo que se me antoja afín. Bolivia es un país al que he aprendido a estimar porque siento que hay una especie de engranaje cultural que nos atraviesa, ya sea porque se nos impuso dentro de nuestro pasado histórico o porque hemos ido generando códigos culturales que de alguna manera nos permiten hablar y escuchar un lenguaje que tiene de fondo una serie de reivindicaciones que no se encuentran en otros lugares del mundo. 

Esto fue lo que reafirmé al leer Diez de la mañana de un domingo sin fútbol, de Óscar Martínez (Bolivia, 1977), porque es cierto que algo hay de alegría en nuestros muertos cuando enunciamos problemáticas sociales que como sea, nos hacen salir adelante. Tenemos una alegría incrustada, pues tal parece que hemos aceptado colectivamente pero de manera inconsciente, que tenemos un sino de esperanza como sociedades latinoamericanas. Así lo dice el relato del “Cholo burgués”: “La fe existe, la fe es vida. Se baila por fe. No por tener plata, sino por tener fe en estar bien. Se baila con fe para que no falte nada, para que tengamos protección”. No importa qué cambie, cuánto cambie, para qué cambie, hay fe. 

Fe socialmente sí, y probablemente también en la política, en la esfera pública. Pero enfáticamente, fe en la esfera privada que comprende formas de pensar y de actuar que no se encuentran en los periódicos o portales de noticias bolivianos; y es este mundo el que nos relata Óscar Martínez en doce historias que se entrelazan en un eje que me parece prometedor: la fe como acto de supervivencia.

“Una vez, el Jorge me dijo que el amor es como jugar fútbol. Hay cojudos que te patean y se hacen los locos y vos, que eras la estrella del campeonato, te sales cojeando, te sientas y dices ‘A la mierda’, yo no entro porque me van a romper otra vez y luego, por puro miedo, te vuelves el cojudo que patea y así, infinitamente. Yo le he dicho que cómo va a decir semejante boludez. Pero ni cómo argumentarle algo, si todavía no sé qué es el amor”. 

La gente de Bolivia, en este libro, se nos presenta compleja, llena de matices, de manías, de costumbres, de pasiones, de miedos, de tristezas, de ilusiones, que no importa que un fin de semana te despiertes sin fútbol o no sepas de fútbol, algo sabes del amor, o no. Pero estás dentro del juego. Ya aprenderás a amar y a bailar o a sortear a quien se te aparezca en el camino. Aprenderás a ser un boliviano, un latinoamericano, un ciudadano del mundo, y en esto hay que tener fe porque deshacer los estereotipos y los campos de poder en cómo se maneja y vive el mundo es todo un desafío. 

¿Cuál es el mérito de esto que estoy diciendo? En el caso de haberlo, lo pondría en el siguiente término sin ánimos de hacer una declaración de lugares comunes: entusiasma que actualmente las novedades literarias no provengan solo de una unilínea jerárquica de los monopolios editoriales, dejar de jugar a quejarnos con las malas traducciones españolizadas o creer que lo único que vale la pena leer son los libros enlistados en las secciones culturales de los periódicos iberoamericanos hegemónicos (que por otro lado yo invitaría a leer para saber si es cierto lo que se dice de ellos) y en cambio darse el espacio y el tiempo de leer otras visiones, otras formas de concebir el mundo, de narrarlo, de posicionarse ante la literatura, de narrar lo que se quiera narrar y leer estas Sobras Selectas que, en un acto de fe (en tiempos neoliberales), todavía se atreven a sobrevivir, alzar la mano y decir: he aquí el primer libro de Óscar Martínez, he aquí el segundo libro de una nueva editorial que se atreve a publicar autores y autoras noveles, he aquí nuevos lectores que leen por el placer de leer, he aquí una nueva aventura que vale la pena contar.

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